viernes, 18 de agosto de 2023

Ávila, descubriendo la ciudad: un juego


   La Plaza de Santa Teresa o del Mercado Grande 
La imagen de santa Teresa en el centro, la iglesia de San Pedro en un extremo y en el otro la Puerta del Alcázar con acceso a la muralla. En los soportales tiendas que venden las yemas de la santa.


 

La Plaza del Mercado Chico es la plaza mayor de la ciudad abulense. Me encuentro con el Ayuntamiento de la localidad. La plaza se asienta sobre el antiguo foro romano y tiene una forma típica rectangular con soportales en tres de sus lados.



  Palacio de los Verdugo: construido a principios del siglo XVI. Actualmente alberga la Sede de Ciudades Patrimonio de la Humanidad, el Archivo Municipal y la Concejalía de Patrimonio y Turismo.



  Casa de los Dávila o Casa del Marqués de las Navas: es el mejor ejemplo de palacio medieval, en estilo gótico, que se conserva en Ávila, adosado a la muralla y fortificado hacia el interior de la ciudad.

  
  
 Palacio de los Mújica (Torreón de los Guzmanes): construido a principios del siglo XVI, destaca su imponente torreón esquinado. Hoy en día es la sede de la Diputación Provincial de Ávila.

  

   Casa de Superunda (Palacio Caprotti): construida a finales del siglo XVI, es el palacio mejor conservado de la ciudad. En el siglo S. XX fue adquirido por el pintor italiano Guido Caprotti. Hoy pertenece al Ayuntamiento de Ávila, y albergar la obra del pintor.

 

  Casa de los Almarza: Construida en los primeros años del S.XVI sobre otra anterior medieval. En el siglo XX la vivienda se destinó al convento de Siervas de María. Hay una pastelería Almarza al lado...


  Casa de Blasco Núñez Vela: construido por Blasco Núñez Vela, primer virrey del Perú. El edificio ha tenido diversos usos, cuartel de milicias y academia militar, Real Fábrica de Textiles del algodón… Desde mediados del siglo XX es la sede de la Audiencia Provincial.



    La Judería la casa sinagoga de don Samuel y poco más. Parece que el barrio judío estaba entre el Mercado chico y el Grande,

 


La calle de la Vida y de la muerte


    Un nombre tan enigmático –la Vida y la Muerte– se justifica por dos medallones superpuestos, esculpidos en las cresterías del claustro y visibles desde esta calle. Representan una calavera con descarnados brazos sujetando una guadaña y abrazando a un doncel, simbolizando la Muerte y un busto de una joven que simboliza la Vida por contraposición.


   También fue denominada calle de la Cruz Vieja, por una antigua cruz de madera colgada en un recodo. Era corriente en épocas pasadas, que en los callejones inhóspitos aparecieran elementos de devoción para persuadir a los hidalgos de dirimir sus diferencias en estos lugares apartados, cuando no de evitar que los rufianes cometieran zafiedades o simplemente aliviaran sus necesidades físicas.

                              
                                                 
  Una calle como ésta, escondida, sinuosa y mal iluminada se prestó, sin duda, a servir de escenario a las disputas y retos de honor de los fogosos caballeros abulenses, que protagonizarían granados lances de capa y espada. Como ilustración de ello he aquí una leyenda que da sabor y ambiente a este singular espacio.
                                                                    

   Cuenta la leyenda, tal vez historia, o historia revestida de leyenda, que el pintor, residente en la ciudad, Cristóbal Álvarez hacia 1520 se dedicaba a restaurar los retablos de la catedral y, en una de sus tablas, plasmó en secreto el rostro de su amor platónico doña Beatriz Dávila, hija del Capitán General de los ejércitos del Emperador Carlos V.
   El pintor acudía todos los días a la catedral a observar el rostro de su amada, como si de una devoción religiosa se tratara. Pero su secreto fue pronto descubierto por un rival en el cortejo de la dama, un vástago de la noble casa de Los Águilas. La disputa sangrienta entre los rivales se produjo en los recovecos de la calle de La Cruz Vieja, donde el pintor acabó con la vida del hidalgo, teniendo a continuación que abandonar la ciudad huyendo de la justicia y la venganza.



                                                                     

      De Cristóbal Álvarez se dice a continuación cómo en tierras flamencas, donde se había alistado como soldado, se encontró con el nuevo prometido de doña Beatriz, quién reconociéndolo estuvo a punto de matarlo, en una desigual pelea. Pero quiso la suerte que, cuando Cristóbal esperaba la estocada que iba a poner fin a su existencia, el prometido de doña Beatriz echara en falta una joya, regalo de su madre, perdiera la concentración, aplacase su cólera y perdonase la vida al pintor. Cristóbal, que no llegó a escarmentar por el suceso, regresó a Ávila con la intención de conjurar su obsesión forzando a la dama. Pero este acto fue impedido por un hecho sobrenatural. Cuando el pintor acechaba a doña Beatriz, sentado sobre un sepulcro a la puerta de la basílica de San Vicente, se apareció el fantasma del abuelo de su amada, ya que era suya la tumba. El espectro le pidió seriamente que no llevara a cabo su propósito.
Cristóbal había estado tres veces entre la vida y la muerte a causa de una dama. Primero en la calle de la Cruz Vieja, donde triunfó, enviando al otro mundo a su rival. Más tarde salvando su vida en Flandes, cuando ya la daba por perdida. Por último cuando un ser de ultratumba le reconvino de cejar en su felonía.
Y, esta vez sí, el susto llevó a Cristóbal a recapacitar y replantearse su existencia, decidió la vida ascética y se retiró del mundo en el monasterio abulense de San Francisco. Se cuenta que desde allí encargó a un escultor amigo suyo la ejecución de los dos medallones pétreos que dieron a la calle la denominación de la Vida y la Muerte, y que dan sentido y significado a este singular tramo urbano, con la filosofía duramente acrisolada de un amante despechado.

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