Madrugo, qué dura la vida del turista. Es la hora adecuada para visitar el Mercado Central.
Está al lado del hotel, por lo que llego en cinco minutos. Por lo que veo, hay mucha gente que ha madrugado mucho más que yo.
La carne de los animales ya descuartizados, está lista para su venta. Observo todo muy limpio y los carniceros gritan a mi paso. Mi persona desprende olor a turista.
¡Pescaderos! Reconozco los pescados, aunque no su nombre. Los precios son algo más baratos que en Madrid.
Frutos secos. Y se me van los ojos: nueces, pistachos, almendras, castañas, higos secos...
Verdura y fruta mediterránea. Y granadas, muchas granadas.
A unos 20 minutos andando está el Stadium Panathiniakós.
Construido para los Juegos Olímpicos de 1896, los primeros de la época moderna. Las dimensiones de sus pistas no son las que actualmente se precisan, por lo que deportivamente, está en desuso. Actualmente se utiliza para otros eventos.
Está hecho de mármol; mármol traído del monte Pentélico. Tiene unas 50 gradas y una capacidad para 45.000 espectadores.
Imaginación al poder...
Atravesando el parque nacional, y pasando por el palacio presidencial, me dirijo hacia la Acrópolis.
No está muy lejos. Unos 20 minutos andando; como dicen en Madrid : " todo está a 20 minutos "
Y desde aquí, la ladera de la Acrópolis, diviso el monumento a Philipappus. Allí me dirijo. También le llaman la colina de las musas.
La subida no es dura. Son unos 10 minutos con unas vistas inmejorables de la parte sur de la Acrópolis. Y en la cima está el monumento funerario del cónsul romano Philopappus. Está construido en mármol pantélico y contenía tres nichos, hoy sólo quedan dos. Los laterales son para dos antepasados de Philopappus.
El friso de abajo es precioso, por lo menos a mí me lo parece.
Desde cualquier lugar, siempre diviso la Acrópolis. Instantes mágicos para la retina.
Las mejores vistas de la parte sur de la Acrópolis. Y la dichosa grúa de Peicles...
La vista de la ciudad es espectacular, tan buena o mejor que la del monte Licabetus.
Al fondo el Pireo y el golfo salónico, vista sur de la ciudad.
En el descenso me encuentro con esta joya. Una pequeña y antigua iglesia ortodoxa, restaurada.
Todo de madera y piedra.
Dos objetivos cumplidos. Ahora voy a tomar el metro hasta la plaza de Omonia. De allí caminaré hasta el barrio de Exarkia.
Es el barrio anarquista y grafitero, cercano a la universidad.
Me habían dicho que era peligroso, pero yo me encuentro con algo parecido al Chueca madrileño.
Cafés, terrazas, grafitis alternativos...
La vegetación natural se confunde con la virtual... ¡Una pasada!
Se nota que los turistas caen en la tentación de visitarlo.
Se me ha hecho tarde. Son casi las tres y media. Me han recomendado, y bien recomendado, el restaurante Rosalía. No hay problema. Los griegos también comen tarde. Y aquí me tenéis devorando pescado fresco.
Y de postre la manifestación del día...eso, que no falte en Atenas.
La vuelta al hotel la hago andando y sin prisas.
En el camino, me encuentro con la Catedral católica de Atenas, dedicada a San Dionisio Areopagita, uno de los patrones de Atenas.
Tras pasar por el hotel voy al metro de Monasteraki. Me dejará en el puerto en media hora.
Sentado frente al mar, en el puerto del Pireo, pienso en esta semana fantástica.
El niño que al menos yo llevo dentro, ha luchado contra una medusa de siete cabezas; ha llegado triunfal al stadium tras correr su maratón; se ha divertido en el teatro con Eurípides; ha charlado en la plaza con Sócrates; ha ofrecido un sacrificio a la diosa en el templo; y ahora está despidiendo a Ulises y a su tripulación.
Me voy a Madrid un poco más griego.
Vuelvo a Atenas ya de noche.
Me despido de la plaza Sintagma y de sus gentes. ¡Adiós Atenas, adiós atenienses!
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