Hoy me dirijo a Malá Strana, al otro lado del puente Carlos. Esta orilla del río Moldava, fue elegida por los reyes para fijar su residencia desde el siglo IX. El paso del tiempo, los ataques, los incendios y diversos avatares fueron transformando esta orilla en una pequeña ciudad en la que destaca el palacio y la catedral de San Vito.
El palacio atrajo a la nobleza y cortesanos de cada época, que construyeron sus palacetes en los alrededores.
Desde el puente, se ve la pequeña isla de Kampa. La isla posibilitó crear canales cerca de la ribera de Malá Strana y en ellos se instalaron algunos molinos de agua. Hoy en día, en la Venecia de Praga, los turistas navegan por el Moldava, pero sin góndolas.
Una calle de residencias burguesas de estilo barroco con emblemas, escudos y portalones impresionantes y tiendas de souvenirs.
Y por fin llego al palacio.
Unos colosos de piedra custodian, junto a los soldaditos de turno, la puerta de los gigantes, entrada a uno de los tres grandes patios.
Tras el tercer patio, la catedral de San Vito. Su origen data del siglo X como una capilla y su finalización es de 1929.
Habían pasado 1000 años desde la muerte de San Wenceslao, su propulsor.
Impresiona...
Mientras desciendo de la colina, paso por la calle más estrecha, algo que viene repitiéndose en varias ciudades de Centroeuropa y estos desvergonzados meones , reclamo de los restaurantes aledaños.
Esta visita toca a su fin. La caminata y el esfuerzo han merecido la pena.
Mientras desciendo por unas empinadas escaleras, veo el puente de Carlos, principio y fin del día.
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