Desde arriba se ve una ciudad que vive en la costa, de la costa y por la costa, es muy alargada, vamos. También parece muy colorida. Veo por la ventanilla, me la he pedido como los niños, unos brazos de mar que a través de canales entran hacia las montañas, algunas nevadas. Pienso que también las montañas para que no se enfaden, podrían enviar sus aguas al encuentro del mar. Cuestión de agua salada o dulce. Igual lo compruebo mañana.
¡Joder! que si lo he comprobado. Una caminata que me ha dejado sin aliento por el Parque Nacional de Tierra de Fuego. "He pasado" del tren de turistas y he realizado un paseo, al que se "ha apuntado" una guía del parque.
Una argentina contra un gallego. Lo que faltaba. He dejado alto el pabellón, pero la madre que parió a la argentina... Eso sí, ha valido la pena.
¡Ah!, el agua que se observa desde el parque, canales y lagos, es dulce, la he probado.
La fauna es amistosa y confiada. He observado de cerca patos, un lobo marino al ataque en una ensenada y presas de castores, animales introducidos y hoy una plaga para el parque.
La vegetación de hoja caduca empieza a cambiar. El árbol que domina es la lenga, traída de Canadá, que ya empieza a pintarse de tierra, como dicen aquí, y que se adueña del espacio de la autóctona cohiue, de hoja perenne. Como veis he aprovechado el día. Era mi objetivo en Ushuaia.
Se nota que voy con una trabajadora del Parque. No me pasa ni una.
La bahía Lapataia es un fiordo en la margen septentrional del canal Beagle, en el extremo sudoeste del sector argentino de la isla Grande de Tierra del Fuego. Se encuentra rodeada de bosques pertenecientes al parque nacional Tierra del Fuego, aunque técnicamente se encuentra fuera de él.
La bahía Ensenada Zaratiegui, también denominada simplemente bahía Ensenada, es una bahía en la margen septentrional del canal Beagle, perteneciente al Departamento Ushuaia de la Provincia de Tierra del Fuego.
Y hasta aquí he llegado. La guía argentina me ha derrotado. Yo creo que hemos recorrido más de 25 kilómetros ¡Y a qué ritmo! Me ha dejado en la estación del tren turístico de Tierra de fuego. No está en funcionamiento y Mayra, que así se llama la argentina, me recogerá con su coche unos kilómetros más adelante. "Estoy tronzado"
Los bosques de ñires, lengas y coihues comienzan a tomar un tono característico, anunciando el otoño y dando a los árboles una gama multicolor, desde el rojo intenso pasando por los matices del dorado al anaranjado. Esta transformación se viene repitiendo año tras año, desde épocas inmemorables.
En este paisaje vivían los tehuelches, dueños originarios de la tierra, quienes al llegar el invierno comenzaban a emigrar a pie hacia el norte, donde el frío no era tan intenso y la caza no faltaba.
En relación con estas migraciones, la tradición patagónica conserva una leyenda.
... Se dice que cierta vez Koonex, la anciana curandera de una tribu de tehuelches, no podía caminar más, ya que sus viejas y cansadas piernas estaban agotadas, pero la marcha no se podía detener. Entonces, Koonex comprendió la ley natural de cumplir con el destino. Las mujeres de la tribu confeccionaron un toldo con pieles de guanaco y juntaron abundante leña y alimentos para dejarle a la anciana curandera, despidiéndose de ella con el canto de la familia.
Koonex, de regreso a su casa, fijó sus cansados ojos a la distancia, hasta que la gente de su tribu se perdió tras el filo de una meseta. Ella quedaba sola para morir. Todos los seres vivientes se alejaban y comenzó a sentir el silencio como un sopor pesado y envolvente.
El cielo multicolor se fue extinguiendo lentamente. Pasaron muchos soles y muchas lunas, hasta la llegada de la primavera. Entonces nacieron los brotes, arribaron las golondrinas, los chorlos, los alegres chingolos, las charlatanas cotorras. Volvía la vida.
Sobre los cueros del toldo de Koonex, se posó una bandada de avecillas cantando alegremente. De repente, se escuchó la voz de la anciana curandera que, desde el interior del toldo, las reprendía por haberla dejado sola durante el largo y riguroso invierno.
Un chingolito, tras la sorpresa, le respondió: "nos fuimos porque en otoño comienza a escasear el alimento. Además durante el invierno no tenemos lugar en donde abrigarnos." "Los comprendo", respondió Koonex, "por eso, a partir de hoy tendrán alimento en otoño y buen abrigo en invierno, ya nunca me quedaré sola" y luego la anciana calló.
Cuando una ráfaga de pronto volteó los cueros del toldo, en lugar de Koonex se hallaba un hermoso arbusto espinoso, de perfumadas flores amarillas. Al promediar el verano las delicadas flores se hicieron fruto y antes del otoño comenzaron a madurar tomando un color azulmorado de exquisito sabor y alto valor alimentario. Desde aquél día algunas aves no emigraron más y las que se habían marchado, al enterarse de la noticia, regresaron para probar el novedoso fruto del que quedaron prendados.
Los tehuelches también lo probaron, adoptándolo para siempre. Desparramaron las semillas en toda la región y, a partir de entonces, "el que come Calafate, siempre vuelve."
El cielo multicolor se fue extinguiendo lentamente. Pasaron muchos soles y muchas lunas, hasta la llegada de la primavera. Entonces nacieron los brotes, arribaron las golondrinas, los chorlos, los alegres chingolos, las charlatanas cotorras. Volvía la vida.
Sobre los cueros del toldo de Koonex, se posó una bandada de avecillas cantando alegremente. De repente, se escuchó la voz de la anciana curandera que, desde el interior del toldo, las reprendía por haberla dejado sola durante el largo y riguroso invierno.
Un chingolito, tras la sorpresa, le respondió: "nos fuimos porque en otoño comienza a escasear el alimento. Además durante el invierno no tenemos lugar en donde abrigarnos." "Los comprendo", respondió Koonex, "por eso, a partir de hoy tendrán alimento en otoño y buen abrigo en invierno, ya nunca me quedaré sola" y luego la anciana calló.
Cuando una ráfaga de pronto volteó los cueros del toldo, en lugar de Koonex se hallaba un hermoso arbusto espinoso, de perfumadas flores amarillas. Al promediar el verano las delicadas flores se hicieron fruto y antes del otoño comenzaron a madurar tomando un color azulmorado de exquisito sabor y alto valor alimentario. Desde aquél día algunas aves no emigraron más y las que se habían marchado, al enterarse de la noticia, regresaron para probar el novedoso fruto del que quedaron prendados.
Los tehuelches también lo probaron, adoptándolo para siempre. Desparramaron las semillas en toda la región y, a partir de entonces, "el que come Calafate, siempre vuelve."
Vuelvo del fin del Mundo al fin de la Tierra...
Si sigues en Ushuaia acércate al hotel Macondo en la parte alta y saluda a Paloma, la dueña catalana. Es impresionante la proximidad entre las montañas y el mar. La lenga decían que era una especie de Haya con la hoja más carnosa ¿a ti qué te parece?.
ResponderEliminarA mí me gustó el paisaje, no tanto la población. También los "chocolates de la abuela".
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEstás en el comienzo o el final, según se mire, de la Panamericana. Otro viaje posible.....y realizable al menos con la imaginación
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